
"Carla, me encuentro en una mierda protocolaria negra. Debo absolutamente saber antes del 31 de diciembre si vas a casarte conmigo. Te doy tres semanas de reflexión. Decide". N.S.
Con éste efusivo y romántico últimatum, el presidente de Francia le habría pedido matrimonio a Carla Bruni. Y según la prensa rosa parisina, éstas palabras tienen su génesis durante una Conferencia Internacional.
Me imagino el escenario: Una mesa de mármol cubierta de empaquetados caballeros de golilla cacareando; entre ellos y muy lejos de allí, Nicolás.
Todos ellos encubando sus traseros en preciosas sillas, y trasladando sus pensamientos hacia el Calentamiento Global, los acuerdos de la UE, la crisis internacional, los cinismos de la diplomacia, y quizás, como Sarkozy, alguno que otro atento al aleteo de las moscas.
Lejos de todo aquello, y concentrado en el aleteo de sus latidos estaba Nicolás : empuñando desesperado el número de Carla Bruni: su pensamiento más trascendente. ¡Y cómo es que se las ingeniaba para lucir sus córneas desviadas entre los ojos de los políticos y la pantalla del celular!. Seguramente escondía las mangas y las colleras debajo de un mantel del Siglo quizá de cuándo y de quién.
Y mientras hundía sus huellas en las teclas, le imploraba amor eterno a los ojos azules de su amada. Sólido y arrogante, como quien implora que le salven la vida: Nicolás fue siempre un ingenioso manipulador de profesión_ condición que te titula la retórica y la politica_, y pensó siempre en el 31 de Diciembre como último plazo para pactar el infinito juntos: como si estuviéramos hablando de plazos económicos.
“Me quiero casar con ella. Le voy a mandar un mensaje”
¿Esto habría pensado el Presidente de Francia? ¿De dónde y cómo habrá emanado la ferviente necesidad de preguntarle a Carla si deseaba ser su esposa? Probablemente un instinto.
Un instinto de esos que te hacen pensar que aquel momento es único e irrepetible: aquella circunstancia, aquel abismo, es el perfecto lugar y tiempo en el que debía ser escrito el mensaje. Como si se escribiese solo, y él rogara a gritos salir de las penumbras. Y por eso, era el preciso momento para que esas palabras viajaran kilómetros y arribaran en los ojos de Carla. El clima, el corazón de ella y el de Nicolás latían al mismo compás. O al menos esto era lo que el instinto le comunicaba a ratos, y le aúllaba a gritos: ¡sólo hazlo!.
Un pequeño paso después de la razón, y uno antes de la locura. Cuando caminamos en la niebla o por entre las penumbras, el jinete suelta las riendas y se guía por el instinto del caballo. Bien lo entendía Nicolás.
La amaba y la ama, de eso estoy segura. El instinto del amor eterno debe ser uno de esos que emergen una vez en la vida. Mala suerte para Sarkozy, que haya sido entre opacos líderes y cínicos manteles.
A mí personalmente, me encanta esa pareja... Al menos Sarkozy se veía muy desesperado por ella.
ResponderEliminarLinda nota, dany.
:) Los instintos, son tan animalescos, pero a la vez, tienen una buena parte de lo que realmente somos...
ResponderEliminarYo tb estoy esprando el llamado del amor eterno... jajaja pero no tan luego
Daniel: sos una romántica!
ResponderEliminaraajajajaaj... Sí!!!!
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