Algunas noches, no sé qué, si un rayo de luna o el viento que cruza la ventana, pero algo- créeme, muy intenso- golpea mi cara como si quisiera despertarme. Eso pasa a veces, más seguido de lo que crees, mientras duermes junto a mí. Se me despegan las pestañas y te veo: a veces de frente y a oscuras, otras veces es sólo tu espalda arqueándose hacia la derecha o izquierda.
En momentos como ese siento que te amo, porque estoy yo (y nadie más que yo y ese viento misterioso) y uno a sí misma no se miente; no se iguala a cuando de puro impulsiva se desborda un te amo de la boca, o a veces para terminar frases, o a veces incluso las personas lo usan porque ya lo han dicho y no hay vuelta atrás.
Pero estás ahí, tan quieto y apacible, volviéndome loca sin mover un músculo.
En momentos como ese siento que te amo.
Y paso mis manos por tu espalda, la recorro con mis uñitas y tu gimes como respondiéndome. Y te amo, y quiero besarte todo, y fundirme ahí entre las sábanas y las fronteras de lo que es tu cuerpo y lo que no lo es. A veces te mueves y te acomodas, me tocas con tus pies y me muevo en la disyuntiva de despertarte sólo para decirte que te amo, o dejarte dormir y seguir diciéndomelo a mi misma.
En momentos como ese siento que te amo.
Amar duele porque me perdí, tú me tienes y me puedes llevar donde quieras, a tu gusto. Todos los días se juega la posibilidad de perderte, y sólo quien ha probado esa incertidumbre lo entiende.
En momentos como ese siento que te amo, porque me faltas, porque te veo y te deseo, y en la incompletitud nace el romance. Y entonces recuerdo cada cosa que hemos hecho, que creen que hemos hecho y que sólo los dos sabemos.
Te amo, como a nadie, como nunca,
con dolor, con rabia, con una desgarradora e incomprensible fe
de que seguirá pasando.
Si querías poder, aquí lo tienes:
eres la única persona que me puede hacer
la mujer más feliz
o la
más triste
del mundo.