lunes, 6 de julio de 2009

Hámster


Conozca un imbécil. De esos que llevan bien tatuada la L sobre las cejas, y las van aireando como cruz, mientras se les dibuja en la psique el disfraz de burro. De esos que encolerizan las venas con su labia, y hacen enrabiar hasta los más flemáticos.

Yo conozco uno hace pocos fines de semanas, y lo he visto sobrio unas cuantas veces. Su talante in facto, digamos que su mismidad, es tan pestilente como su aliento después de las 2 de la mañana: cuando se embauca en las copas. Lo he visto tambalearse y hacer el ridículo frente a los demás, pero también convengamos que entre los demás estuve yo: presa de sus des- encantos.

Me gustaba observarlo cuál Jung o Piaget dejaba a sus pacientes recorrer los laboratorios. No obstante, el secuestro ha revertido su causa y ahora soy yo quien se lleva los cuestionamientos del imbécil.

Un día_ inconscientemente_, me dispuse secuestrar por entre mis fauces a éste imbécil, y el Síndrome de Estocolmo actuó con gran maestría entre nosotros. “Quién será la víctima”_ es lo que me pregunto ahora_.

Pues bien, esto de observar imbéciles se pega como la Influenza, pues me han dislocado el equilibrio y ahora soy yo quién duda de no ser una imbécil.

No sé cuándo ni cómo sucedió, pero entre medio de la bruma despojé mi trasero del sillón psico-analista y se lo cedí al imbécil, que me tiene enjaulada recorriendo ruedas de hámster. Quizás por eso es que me siento las carnes más rellenas y la piel más lozana: Me has convertido en un pequeño y distraído hámster de la comarca.

Y desde que acaricio mi pelaje he comprendido_ a razón de ésta agua ratonesca que me seca la garganta­_, que después de todo no eras un imbécil, sino probablemente más inteligente de lo que pensé.

Ahora que soy un hámster, se me hace difícil decírtelo. Más aún cuando veo que te paseas en mi jaula y me traes tu presencia a veces, quizás cuando quieres saber qué nueva acrobacia puedo presentarte. Allí desde mis barrotes, veo tu delantal blanco pasearse, mezclando pociones de alquimistas añosos. Y bueno, me ha tocado llorar y añorar mi sillón felpado, que ahora yace con tu cuerpo y mi ausencia. Esto de experimentar con burros me ha llevado a mutar en un verdadero conejillo de Indias.

Algún día, nuevo Doc, llévame al sillón. Quiero recordar cómo era verte desde allí.

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