
A propósito de tifones, el otro día me sobrevino una de esas preguntas filosóficas que barren con toda la estructura en la que reposan tus ideas.
Eso sí, tengo que confesar que luego de algunas remadas navegando por Wikipedia, me decepcionó el hecho de que muchas de mis interrogantes han sido requete pensadas por otros vejetes de toga o pelucones ilustrados, y que no solamente les cruzan como rayos los estómagos, sino que se dedican a manosearlas toda la existencia. Viven, se mueren, dialogan y discursean por ellas.
El abismo del mar ha sido siempre para mí una gran metáfora, por ejemplo. (No he leído acerca de esto, así que si conocen a alguien que lo haya dicho, me cuentan el plagio inconsciente). Los científicos saben que allí, en las profundidades de ese límite, están los orígenes de la vida, las esencias de los ciclos. Y resulta que conmigo es igual: Mientras más cerca estoy de donde la luz flagela en mi vasta y profunda esencia, más veo esa tímida verdad que se esfuerza en esconderse. ¿Cómo será aquella superficie, donde habitan mis reales anhelos, mi origen y mis sueños: mi infinito espectro?
¿Será lo más profundo de mi ser algo tan crudo de conocer, que rehúye de tal forma, que al ser tocado se recoge y al descubrirse mata?¿ Cuál es por entera mi realidad?
La vida, la concibo como una eterna lucha contra la fuerza del mar: que nos ejerce presión en su territorio, y como elásticos nos eleva a la superficie. Para llegar hasta la línea divisoria de la luz, es necesario bracear con ímpetu hacia ella: contener la respiración y patalear con fe hacia la verdad.
Algo parecido dice Platón con la Alegoría de la Caverna, San Agustín con su Yo, y Freud con el inconsciente. Me doy cuenta que no soy la primera en desmenuzar y oponer apariencias y realidades, aún cuando probablemente puedan ser lo mismo. Quizás miles de pelagatos han gastado su vida en la misma pregunta: ¿Podré alguna vez saber quién soy? ¿Puedo conocer realmente? ¿Existe alguna razón de vida, o simplemente todo lo anterior debe ser construido con el paso del tiempo? : Es decir, seré lo que viva, conoceré lo que mis formas de organización cerebral inventen, y la razón de vida aparecerá tatuada algún día en una esquina de mis círculos.
Soy novata en existencialismo; aún no me doctoro en Sartre ni en Camus, pero sé bien que existen tantas teorías que parafrasean lo mismo, que me decepciono. Algunas de ellas son: La teleología, en la que tenemos sentido de vida, nuestra virtud y máximo fin es ser cada día más dignos. Allí vemos a: Kant, Aristóteles, Jonas, Piaget, bla bla. Y el constructivismo: somos lo que nuestro ambiente ha creado, una permanente construcción que se desmonta y se yergue en la adaptación: Vigotsky, Darwin, ciencias en general. O sea Daniela, no estás pensando algo muy extraordinario. Ya lo había pensado casi un millar de personas como tú. ¿Se habrán sentido tan quiltros como yo? Digamos, corrientes, de la calle, absolutamente iguales de pulgosos. En esta época lo que vale es especializarse y dedicar años en conocer lo que otros en el pasado han descubierto.
Y allí, cuando ya eres contemporánea, agregarle algunas letras al conocimiento. Letras tuyas, con tus curvas y faltas de ortografía. ( "El amor zi exizsteh, no ez unah consecuencia biologika. Daniela Céspedes) )
Y así, sabiendo cada vez más de algo pero cada vez menos del mundo, terminas inventando_ como los escritores_, una pequeña novela acerca de lo que realmente es la vida.
Como en Babilonia, cuando todos hablaban idiomas diferentes. O como las aves que sólo conocen algunos trayectos. Lo bueno sería realizar la compra- venta que hizo una vez Descartes, al decir: “Daría todo lo que conozco, por la mitad que ignoro”. O, quizás, ser un poco más holgazanes y desde la comodidad de nuestras camas ser socráticas, y caer en la final cuenta de “saber que nada sabemos”. Tan sabios y flojos como Sócrates, la vida sigue, y los rayos cruza- estómagos no detienen el tiempo. Por eso me voy. Tengo que ir a almorzar.
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